Un Encuentro Inesperado

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Un Encuentro Inesperado


Tras el tremendo chaparrón de la mañana, la Yurta chorreaba en algunos puntos de su techo de tela. Cogí otro largo palo que me sirviera para alzar aquellos puntos chorreantes, y para no dañar el tejido, busqué algún plástico que doblar varias veces y colocar entre el techo y el palo. Encontré uno bajo la mesa, un pedazo roto de lona azul con una cuerda atada en la única esquina que le quedaba. Desaté el nudo y retiré la cuerda. Llevé el trozo de lona dos pasos cuando la silueta de una araña gigantesca en él me hizo soltarla con un profundo escalofrío y un incrédulo grito, “¡WOOOOOOOOW!”, mi cuerpo temblaba, “¡Woooooah!”, grité de nuevo. La lona había caído con el lado en que estaba la araña boca abajo. Me acerqué y tomé el plástico por un extremo, alzándolo para comprobar que había visto realmente aquella criatura. Al girarla, la vi de nuevo, pero controlé mi reacción y esta vez no solté la lona, y grité: “¡Woooow, eres enorme!”. Llevé la lona fuera, a la mesita, y la coloqué allí. La araña permanecía inmóvil, y mi cuerpo aún temblaba de la emoción: “¡Woow…! Eres la araña más grande que he visto nunca. Voy a mirarte un rato".

Me acerqué y la miré en su inmovilidad. Era de color gris, el mismo que la tierra circundante, y en sus relieves, su piel relucía levemente como el terciopelo. Sus patas eran largas, alcanzando en conjunto el tamaño de una mano mediana cerrada. Su abdomen, voluminoso, presentaba unas circunferencias, algunas claras y otras oscuras, como estampas grabadas en él; y de su gran tórax nacían aquellas ocho patas terribles. Presidiendo el tórax, dos elevaciones sostenían sus ojos, bajo los cuales dos pequeños colmillos ocultaban el fondo de su boca. Junto a ellos, reposaban dos extremidades menores.
La admiré un buen rato, impresionado por sus dos grandes ojos elevados, por sus fauces cerradas y su imponente quietud. Tras un tiempo, le comuniqué que era grande y hermosa, y que la iba a bajar del pedazo de lona para poder usarlo conforme necesitaba. Dicho eso, tomé una ramita del suelo y la hice bajar con delicadeza a la mesita de madera. Bajó lentamente, y la coreografía de sus patas al moverse inspiraban reverencia y temor. “Qué ser tan misterioso”, pensé, y volví dentro de la Yurta a colocar el palo en el techo, protegiéndolo con el pedazo de lona doblado un par de veces. Luego volví afuera, y vi que la araña seguía en la mesa, en la misma posición.
Me acerqué a la mesa y me puse en cuclillas, para observarla desde la misma altura. Me quedé mirándola un rato. Era una araña sin precedentes en mi vida, y verla me causaba una extraña emoción de miedo, admiración y fantasía. Absorto por segundos en mis pensamientos, escuché algo cayendo al suelo de hojas secas, y la vi allí abajo. “Wow”, pensé, “se ha movido de veras rápido”. Una nueva onda de energía recorrió mi cuerpo. A pesar de su nueva inmovilidad, había saltado de la mesa al suelo en un instante. Parecía saber perfectamente lo que hacía…
Y entonces comenzó a moverse. Caminaba sin prisa, y el baile de sus patas, sus ocho trayectorias perfectas, dinamizaba su escalofriante avance ejecutado suavemente sobre las ramitas y hojas caídas. Daba la impresión de ser una procesión de hielo en la quietud circundante. Su movimiento de gris terciopelo la dirigía primero hacia el bosque, luego giró y avanzó directamente hacia mí (contuve mi cuerpo y un nuevo escalofrío), luego volvió a girar hacia el bosque, y pese a su rumbo inestable, la resolución en su avance no dejaba dudar de que sabía lo que hacía con cada movimiento, como la muerte dando un paseo aparentemente descontraído, cuyos pasos están minuciosamente calculados para segar a vida en el instante preciso.
Finalmente, la araña encaró su avance hacia la Yurta, el único lugar donde yo no iba a permitir su entrada, y como adivinando mi pensamiento, más cerca de la Yurta que yo, aceleró su marcha hasta convertirla en una carrera rimbombante, y en la maratón por llegar antes y defender mi refugio, tomé mi palito y di un salto para sobrepasarla y agarrar la escoba y el recogedor con que protegerme, pero en la carrera, cuando le pisaba los talones y estaba a punto de adelantarla, súbitamente se giró hacia mí preparada para matar, con sus cuatro patas delanteras alzadas al cielo, apoyada en sus cuatro patas traseras y con su enorme abdomen colgando bajo ellas, curvado hacia mí, toda la parte inferior de su cuerpo expuesto en un ataque visual sin precedentes, y sus fauces abiertas y rosadas, prontas a engullir a su rival. En ese instante, di un salto hacia atrás, aterrado y sorprendido por su poderosa posición mortífera y su brillante movimiento, y di otro paso atrás cuando ella hizo un rápido ademán de atacarme, cayendo por un instante con sus patas alzadas y su rosada boca abierta en mi dirección, tras lo que instantáneamente retomó su posición mortífera; yo retrocedí más aún, pensando en la posibilidad de que me disparara algún veneno a presión desde semejante posición agresiva, y para defenderme del imaginario veneno, sacudí varias veces mi palito frente a ella.
La araña mantuvo su postura de ataque, y yo me recompuse, encarándola como quien encara la muerte, palito en mano. “Araña, yo no quiero hacerte daño”, le dije. “Ni quiero que tú me hagas daño a mí. Si vuelves a la Yurta, me vas a molestar y yo también te voy a molestar. Por eso, voy a coger la escoba y el recogedor y te voy a llevar más lejos”. Tras explicarle mis motivos, di un salto sobre ella y alcancé la escoba, a la entrada de la Yurta. Ella no se movió, manteniendo su posición de ataque dirigido hacia donde yo ya no estaba. Tomé también el recogedor y, cargado de energía, fui hacia ella, que me daba la espalda. Fui a barrerla hacia el recogedor, y al tocarla con la escoba abandonó su posición de ataque y se encaramó a la escoba, por lo que tomé la escoba y la llevé fuera de la valla, donde la sacudí suavemente hasta que la araña cayó al suelo.
Yo decidí quedarme a observarla, porque era impresionante y para asegurarme que no volviera a la Yurta. Tardó varios minutos en moverse. Cuando lo hizo, primero fue hacia unos arbolitos cercanos que brotaban de una misma base. Luego se giró y me encaró. Se quedó mirándome un momento. Era una imagen imponente. Luego giró y fue en dirección a la Yurta, y de nuevo aceleró su marcha, pero antes de alcanzar la valla, los pelos verde chillón de mi escoba le cerraron el paso. Ella se alzó de nuevo sobre sí misma, con sus cuatro patas delanteras alzadas al cielo y sus fauces rosadas abiertas y amenazantes y la parte inferior de su cuerpo expuesta en posición mortífera contra la escoba. Pero yo no albergaba duda, no la dejaría traspasar la valla. La escoba con su verde cabellera hizo algunos ademanes de defender su territorio, y la araña también hizo rápidos ademanes de ataque, cayendo con su cuerpo y sus fauces y al instante volviendo a su posición letal, y así fueron batiéndose en destreza, cuando la escoba verde chillón se decidió a avanzar hacia la imponente araña, que, en un movimiento fulminante, se abalanzó sobre la escoba, imprimiendo su mortífera mordedura sobre los verdes pelos y aferrándose con fuerza. La escoba, sorprendida por su efímero final, y sufriendo rápidamente la invasión del veneno, se movió con sus últimas fuerzas hasta los arbolitos cercanos, y allí pereció bajo el mordisco fatal de la araña. Ésta mantuvo su presa algunos minutos, en los cuales no se inmutó.
Después, descendió solemnemente de la inerte cabellera, y se refugió bajo ella. Así se quedó otros veinte minutos más. Después se fue hacia los arbolitos y recorrió alrededor de sus troncos, y, tras una breve pausa, se fue de nuevo hacia la valla de la Yurta. “No”, dije yo, e insuflé nueva vida a la escoba, que volvió a enfrentar el avance de la grandiosa araña. La araña, por primera vez realmente sorprendida, volvió a su posición de ataque, pero la escoba combatía con un coraje sinigual. Tras los furtivos ademanes de la araña, la escoba avanzó y la alzó, volviendo la araña a su normal posición sobre los pelos verde chillón, y con la escoba en la mano y el brazo extendido, caminé unos cinco minutos hasta el bosque.

Allí, apoyé la escoba en el suelo, y le dije a la araña: “vuelve al bosque, araña. Allí tienes todo lo que necesitas, y no nos molestaremos más el uno al otro”. La araña permaneció en la escoba, impasible. Yo me puse en cuclillas y esperé a que bajara. Pasaron los minutos, y yo me iba concentrando visualmente en ella. Tras media hora, me fijé en que el lecho de horas secas era realmente hermoso. En verdad, era sublime. “Qué elegantes son”, pensé, y empecé a elaborar un poema mentalmente. Pasó otra media hora, y el poema casi estaba terminado. El cielo se había encapotado, y amenazaba con un chaparrón semejante al de la mañana. El aire se cargó y se hizo más frío, y cayeron algunas gotas. A mí no me importaba mojarme. Me sentía en un extraño e íntimo vínculo con la araña y debía quedarme con ella hasta verla entrar en el bosque. Cuando hubieron pasado alrededor de dos horas, sentí que era momento de retirar la escoba. La tomé, la sacudí suavemente y la araña descendió con lentitud. Se quedó allí sin moverse, en el suelo. Yo volví a sentarme en cuclillas. Las hojas eran realmente elegantes. Parecía un mantel de reyes. Seguí componiendo el poema.
El cielo volvió a aclararse, y la araña no se movió. Concluí el poema con sus últimos versos, y luego me lo repetí tres veces. Después, me quedé mirando la araña y el suelo de hojas. Dejé muchas veces a mi visión confundir la araña en el mar de hojas. Se disolvía en aquél, y luego al enfocar mi vista volvía a emerger de aquéllas. Tras un tiempo indeterminado, recordé el poema. Iba a recitarlo, cuando la araña comenzó a moverse. Lentamente, desplegó en el lecho de hojas su constelación de ocho patas, y fue avanzando, alejándose con majestuosidad. Tras pasar sobre algunas hojas y bajo algunas otras, llegó a unos arbolitos que daban comienzo al bosque. La araña, ya pequeña en aquélla distancia, aun resaltando voluminosa e impresionante entre las hojas y ramitas caídas, paseando con solemnidad su gris terciopelo, desapareció pacíficamente tras los primeros arbolitos del joven bosque. Yo, ya de pie, que la miraba marchar, me di la vuelta y caminé de nuevo hacia la Yurta, contento de la inexplicable magia que alberga el mundo y recitándome los frescos versos que mi misteriosa amiga, aquél día de transitorias nubes, me había regalado:

¡Qué elegancia
De las hojas secas en el lecho del bosque!

Sus rojos apagados y aún tan brillantes,
Sus castaños claros…
Relieves de luz y sombra
Y una gracia inigualable.

Envueltas sobre sí mismas
Y surcadas por fieles líneas como vainas élficas,
Son el beso de las hijas
a su madre,
entre los nuevos brotes
de una primavera aún por llegar.







15 de septiembre, horas después del inesperado encuentro.
Adrián Lara Sánchez






Este relato se publica con intención de difundir el Crowdfunding que busca ayudar a Fidel y Rosa, una pareja de ancianos paraguayos de corazón inmenso y condición humilde, a acabar de construir las habitaciones que alquilarán y que permitirán a Fidel retirarse de su actual exigente trabajo.
Fidel y Rosa fueron los primeros que me dieron en Paraguay, durante tres semanas, una acogida amorosa, generosa y sin pedirme nada a cambio, a pesar de su esforzada realidad por pagar su vida día a día. Para conocer más, pincha en el link: https://www.kukumiku.com/proyectos/ayuda-a-una-buena-familia-humilde-paraguaya-y-lee-un-relato/


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